martes, 10 de febrero de 2009

El libro de un autor ya olvidado

Marcos Villarí de Bartolomé Soler
Bartolomé Soler nació en Sabadell en 1894 y murió en 1975 en Palau de Plegamans. Es un buen escritor injustamente olvidado. A los dieciocho años emigró a Argentina y recorrió varios países del entorno. Trabajó como actor y esto le animó a escribir obras teatrales: El honor de los hombres, Al sol de Castilla o Tierra de fuego. A los veintitrés años volvió a España lleno de experiencia. Ganó el Premio Nacional de Literatura por "La selva humillada". Por "Patapalo" obtuvo el premio Ciudad de Barcelona. Esta obra retrata la auténtica soledad del hombre. Me impresionó mucho cuando lo leí hace muchos años. Otras obras: Marcos Villarí, Mis últimos caminos, La llanura muerta, La vida encadenada, etc.
Marcos Villarí es uno de los libros más impresionantes que he leído. Es la primera obra del autor y parece que tuvo muchos problemas para que se la publicaran, aunque, una vez a disposición del público, tuvo una gran acogida y se hicieron varias ediciones en poco tiempo. Aunque está escrita en castellano el lenguaje recoge el espíritu del campo catalán porque el autor emplea muchas palabras locales. Retrata la vida de una familia de masoveros en los primeros años del siglo XX.
Marcos Villarí es el cabeza de familia y verdadero puntal de la misma. El matrimonio tiene tres chicos y una chica, el varón mayor es el hereu y la chica es la noia. Trabajan en una masía de Palau de Plegamans, un pueblo cercano a Sabadell, a Granollers, a Caldas de Montbui y a otros pueblos menos importantes. El autor conocía muy bien esa zona porque no en vano había nacido allí y pienso que en esos conocimientos se basaría para crear el extraordinario personaje.
La vida en la masía, como todas situada en las afueras del pueblo, transcurría plácidamente, las cosechas eran abundantes y daban trabajo a varios hombres. De la casa se ocupaba la mujer y la hija en el momento que tuvo edad. Se nos habla de que dos veces a la semana iban con un carro lleno de verduras y otros productos como aves, huevos, etc. a venderlo todo a los mercados de Sabadell y Granollers, y de esas ventas sacaban muy buenos dineros. Las cosas empezaron a torcerse cuando uno de los niños pequeños se ahogó en el río un día de fuerte tormenta. El padre lo sacó con peligro de su vida, pero ya muerto y, a pesar de su dolor, aceptó la desgracia con resignación y se dedicó a levantar el ánimo de los otros hijos y de su mujer que se sentía hundida. Siempre decía que “Dios es Dios”, para indicar que nada se podía hacer ya y que era inútil rebelarse. En la casa vivía un pastor de setenta años, que todavía pensaba trabajar muchos más y que veía peligrar su futuro cuando los hijos fueran un poco mayores, por lo que le comunicó a Marcos que debía marcharse a buscar un acomodo más duradero. La respuesta del amo no pudo ser más humana: no sólo le garantizaba el puesto para trabajar sino también el de reposo hasta su muerte. Cumplió su palabra y, a pesar de que el pastor tenía hijos, Villarí se hizo cargo de todos los gastos de la enfermedad y del entierro.
Un día de mercado la madre no quiso volver a casa con sus hijos en el carro porque quería cobrar una deuda en ese pueblo y no sabía cuanto tiempo tardaría en ventilar el asunto, eran varios kilómetros de camino, no siempre de carretera, pero la buena señora era muy animosa y no temía ni al cansancio ni al peligro de andar sola, pero sí que lo hubo y de sus consecuencias se derivó una gran desgracia para toda la familia: fue salvajemente violada, a pesar de su lucha, por un mendigo de muy mala catadura. La pobre señora, todavía joven y de muy buen ver empezó a decaer y no levantó cabeza hasta su muerte. Sólo supo de su desgracia el marido, que hizo todo lo posible para encontrar al culpable. A los hijos les dijeron que un mendigo la había querido robar y de ahí el aspecto tan deplorable con el que llegó a casa. Durante bastante tiempo el matrimonio recorrió ferias y mercados en busca del hombre, pero ninguno fue reconocido por la víctima. Marcos hizo correr la voz de que en su masía todos los pobres tendrían un lugar para dormir y un plato de comida y fueron muchos los que acudieron, todos examinados por la señora, pero a ninguno reconoció. Este reconocimiento hubiera quizá paliado los sufrimientos de la mujer, pero llegó un momento en el que sus facultades iban quedando mermadas y llegó a confundir a personas del pueblo con el mendigo, lo que hizo desistir a Marcos de continuar la búsqueda.
Mientras tanto el hereu se había comprometido con una chica guapa y hacendosa de otra masía y le llegó el tiempo de entrar en quintas, algo terrible en aquella época, pues si les salía un número bajo tenían que cumplir tres años de mili. La gente de dinero pagaba una gran cantidad para poder librar a sus hijos de esta servidumbre, pero en la masía de Marcos las cosas no iban bien y no había dinero, todo lo tenían que fiar a la suerte que, en este caso, les fue adversa. Ellos lo aceptaron bien mientras el chico estuvo en la península, pero, poco tiempo después lo llevaron a África a participar en una de las guerras con los moros. Fue herido y de resultas de ello murió. El pobre padre sólo recibió una comunicación del alcalde y a aguantarse. La madre ya estaba tan mal que no se enteró de esta pérdida. La menos resignada fue la novia, el propio padre pensaba que ahora ya no encontraría otro pretendiente y no se atrevía a darle la noticia, fue Marcos quien lo hizo de tal manera que la chica lo fue aceptando. La fortaleza moral y física de este hombre era asombrosa. No tardó mucho tiempo en comprometerse la novia viuda con el otro hijo, que había pasado a ser el hereu, un poco más joven que ella, pero que aceptó de muy buen grado suplir el lugar del muerto. En ello jugó un decisivo papel la hermana, una chica fuerte, guapa, trabajadora, que no pedía nada para ella y que se sentía feliz si los demás lo eran. No tenía buenas perspectivas de encontrar un buen marido y no se preocupaba por ello. La boda se celebraría después del sorteo de las quintas, aunque en este caso el chico no cumpliría la mili porque el padre pensaba juntar el dinero necesario para librarlo en el caso de que le saliera un número bajo. La madre murió antes de la boda, estuvo en todo momento rodeada de sus hijos y marido. A pesar del tiempo transcurrido y de que había perdido parte de sus facultades mentales, ya casi sin voz, preguntó a su marido a ver si aquello no lo sabía nadie y quedó tranquila con la respuesta. Nadie más que ellos dos lo supo. El sufrimiento de la pobre mujer tuvo que ser espantoso. En estos tiempos hubiera aparecido el culpable y ella hubiera recibido el tratamiento adecuado para superar el trauma. Se nos dice en la novela que si los mendigos hubieran conocido el delito de uno de los suyos, no hubieran parado hasta encontrarlo, aunque hubiera cambiado de región. Ni siquiera Marcos se lo contó a los médicos, nada hubieran podido hacer, pero al menos hubieran conocido la causa de aquel terrible deterioro.
Durante la época de la búsqueda del mendigo por parte de los dos, la hacienda quedó bastante abandonada y hubo algunos palauenses con ganas de que echaran a los masoveros para meterse ellos. Las cosas estaban tan mal que incluso vino el dueño desde Barcelona a pedir explicaciones sobre tan escasas cosechas. Marcos no perdió la calma, ni siquiera cuando se vio amenazado de desahucio, e intentó explicarle las causas de todo, cosa que el hombre entendió y le dejó las tierras en arriendo por una razonable cantidad al año.
Esta familia era como las plantas que se rehacen después de sufrir una granizada, tuvieron altos y bajos, pero ahora estaban en época de subida: las cosechas se daban bien y estaban superando la falta de la madre. Poco antes del casamiento del segundo hijo, se había librado de la mili por sacar un número alto y ya no había ningún impedimento, vino a pedir cobijo un mendigo con una aparente mala catadura. Los hijos creían que podía ser el malhechor, pero el padre, a pesar de que también lo pensaba, les dijo que no se podía culpar a nadie sin pruebas. Con hábiles preguntas fue conociendo la vida del hombre, le faltaba una mano que pudiera haberla perdido a consecuencia de la mordida que le propinó la víctima, pero el mendigo fue contestando a todo de forma tan convincente que Marcos lo acogió en la masía y fue uno más hasta el final. Era un hombre que había viajado mucho, procedía del Priorato, que sabía contar bonitas historias que encantaban a todos los habitantes de la masía y hasta a la gente de fuera, que acudía allí por el mero placer de escucharlo. A pesar de su invalidez intentaba ayudar en todo lo que podía y todos le tomaron un gran afecto.
Ya faltaban pocos días para la boda, era el mes de diciembre y los hermanos se fueron con el carro a Sentmenat a buscar unos muebles que habían comprado a un matrimonio que iba a emigrar a América, y a la vuelta, pasando por un lugar peligroso, el carro volcó y los chicos murieron. Hasta aquí Marcos había sido el hombre que aceptaba la voluntad de Dios, igual que un santo Job, pero ante tamaña desgracia, el hombre se rebeló, tiró al fuego una cruz de madera con un cristo que había en la masía y que unas mujeres pusieron al lado de los muertos. Impidió con su fuerza que uno de los presentes la rescatara y todos los que allí estaban se marcharon horrorizados temiendo ser castigados por la divinidad tan ofendida. Marcos estaba tranquilo, salió al exterior, era de noche y allí se le acercó el mendigo que lo abrazó y que le suplicaba que no se marchara, pero todo fue inútil. Marcos iba a emprender su último viaje. Lo encontraron a los pocos días ahogado en el río. El mendigo fue el heredero de lo que había en la masía y pudo vivir con más holgura en su tierra del Priorato.
Los nuevos masoveros no pudieron conseguir que la propiedad llevara su nombre, siempre fue conocida como Can Villarí.
Dentro de los hechos tan dramáticos que nos narra el autor, nos vamos enterando de la forma de vida de aquella sociedad, mucho más estructurada que la nuestra. El masovero, sin ser dueño de las tierras, tenía independencia para hacer las cosas como mejor le pareciera. Incluso podía arrendar parte de la heredad, siempre que satisficiera al amo en lo convenido. Da la impresión de que la mayoría de dueños percibían sus rentas en especie y eso les hacía, a veces, echar algún viaje desde Barcelona, en donde residían, para vigilar el cuidado de las tierras. El hereu recibía la herencia de esas tierras y los otros hermanos tenían que buscarse la vida por otra parte o, quedarse con el hereu, pero siempre bajo su mando. Las chicas, si no se casaban, lo tenían difícil, pues tenían que quedarse en la casa paterna haciendo de criadas de la jove, el nombre que recibía la mujer del hereu.

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